Te despiertas bruscamente y la realidad te golpea la cara. Me sentía perdido cuando llegué al pueblo; no es que viva en otro mundo, pero la diferencia de calendario, el sabor a polvorones todavía en la garganta y que lo único conocido en Málaga a la "romana" sean los calamares, me tenían algo desconcertado. Nada más pisar el suelo comprobé el aire frío de Puente Genil, las calles estaban desiertas pero se respiraba cierta tension: La gente se está preparando (pensé). !Huele a mananta! Después de saludar a mis padres y conversar un rato con ellos llegó mi hermano a visitarlos. "Ya te vas" (le dije). "Me voy que tengo un invitado, ¿como estás?" (me preguntó). No sé, ando algo descolocado, no tengo muchas ganas de fiesta. "Con dos copas de vino te entonas, nos vemos en la veracruz", (y se fue). Eso me avisó que tenía que vestirme y con la empanada mental en la cabeza, no sabia que ponerme. Tras revisar el armario y probarme varias conbinaciones de ropa, decidí hacerle caso a una máxima de mi padre: "si no sabes que ponerte, vistete elegante, con eso nunca fallas". Y me puse el traje, ¡no pasé frio esa noche...!
Una vez puesta la pinta, me llegue a casa de Antoñín: "!Vamos que llegamos tarde!", (le dije). Y a paso lento nos dirigimos hasta el cuartel refrescandonos mutuamente el transcurrir de nuestras vidas: "¿qué tal te va?, ¿cómo va el curro?, ¿qué mas de tu hermano?, ¿Y Marcela?", etc... Y en la conversacion salto la pregunta: ¿como sera el primer sabado?. Aquí fue cuando sufrí el golpe. Todo lo anterior lo hice mecánicamente, igual a quien lleva diez años en una fábrica y en el mismo puesto. En ese momento me dí cuenta que nos dirigíamos a un cuartel nuevo con hermanos que llevábamos poco tiempo conociéndonos, y con diferentes costumbres. Eso me provocó una sensación de inseguridad y excitación, como cuando te pruebas unos zapatos y caminas por la tienda comprobando si te estan bién. Empezé a preguntarme cómo sería la noche, como nos acogerían y que impresión podriamos causarles. Y mientras todas estas cuestiones rondaban por mi cabeza nos plantamos en la puerta del Ancla. Toda esta perolata de arriba es para intentar expresar cómo me sentía hasta ese punto, "la puerta del Ancla", y lo rápido que cambio todo. Nada mas llegar, una calurosa acogida, como si nos conocieramos de toda la vida. Habiamos pocos, pero lo suplimos sentándonos en una parte del cuartel sin dejar ningun asiento libre entre hermanos. Fue grata mi sorpresa al ver llegar a mi amigo Manolo que creia no iba a asistir al evento. Conversamos jovialmente mientras nos servian las deliciosas tapas, gracias al buen hacer de los camareros, y el vino regaba nuestras gargantas cuando, de pronto, se escucho la primera saeta: No hay musica más adecuada para éstos momentos (pensé). Le siguieron los habituales canticos, que por ser el primer sábado, gran parte de ellos fueron carnavalescos.
Más tarde Kiko pidió la palabra para indicarnos que era la hora de ir al Calvario y nombró al encargado de la ruta (esto es una tradición nueva para mí y me llamó mucho la atención). Las canciones y saetas se sucedían parada tras parada y el vino calentaba los estomagos, las emociones, enfrentándose a una noche desapacible. Cabe destacar la parada en la Veracruz, punto donde se reunen gran parte de los grupos a esperar que los Romanos y los Ataos suban con sus bengalas encendidas y sus alegres misereres. Allí entonamos a coro, enlazadas nuestras manos, "la Diana". No esperamos a "Los Ataos" y subimos hasta Jesús en nuestra última parada. Me encontré con muchos amigos a los que hacia tiempo no veía. Nos saludamos efusivamente y me alegré que todo les fuera bien. De la parte de la bajada y de la cena no me acuerdo muy bien, confieso que estaba bastante tocado. Sólo recuerdo que la cena la bendijo un invitado hermano de "los Reyes de Israel", (de una forma muy peculiar, por cierto). Y que tras comer nos invitó a su cuartel, donde nos tomamos unas copas mientras nos mostraba las distintas habitaciones y salones que lo componían. Desde aquí quiero agradecerle su hospitalidad y simpatía. Ya cansados decidimos irnos a nuestras casas, yo cansado y muerto de frio, pero feliz de haber pasado tan gratos momentos.
Quiero agradecer y ofrecer toda mi gratitud a todos los hermanos por haberme acogido y recibido como uno más del grupo.
¡Viva el Ancla!
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